Cada mes de agosto, las carreteras que conducen a la antigua capital de Costa Rica, Cartago, se transforman. Cientos de miles, a veces millones, de personas de todas las edades y condiciones sociales caminan, movidos por una fuerza que trasciende lo físico. No van a un concierto ni a un evento deportivo; se dirigen a un destino sagrado para encontrarse con su madre espiritual, una pequeña y humilde efigie de piedra conocida cariñosamente como «La Negrita». Su hogar es la majestuosa Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, el corazón espiritual de la nación.
Este artículo es un viaje a través del tiempo para explorar la fascinante leyenda de su origen en la época colonial, los desafíos monumentales de su construcción y por qué, después de casi cuatro siglos, este templo se ha convertido en un símbolo ineludible de la fe y la identidad costarricense.
El Hallazgo Milagroso: La Leyenda de Juana Pereira (1635)
Para entender la Basílica, primero debemos transportarnos a la Cartago de 1635. Era una sociedad colonial, rígidamente estratificada, con profundas divisiones sociales y raciales. A las afueras del centro, reservado para los españoles, se encontraba la «Puebla de los Pardos», un barrio habitado por mestizos y mulatos. Fue en este humilde rincón del imperio español donde la historia de Costa Rica cambiaría para siempre.
La tradición nos presenta a Juana Pereira, una joven parda que, como cada día, salió a recoger leña. El 2 de agosto de 1635, mientras se encontraba junto a un manantial, sus ojos se posaron sobre una pequeña muñeca de piedra oscura, de no más de 20 centímetros, que representaba a una mujer sosteniendo a un niño. La encontró sobre una gran roca. Encantada con su hallazgo, la recogió y la guardó en un pequeño cofre en su casa.
Al día siguiente, para su sorpresa, Juana volvió a encontrar la misma imagen sobre la misma roca. Pensando que era otra, la recogió de nuevo, pero al llegar a casa, descubrió que la primera que había guardado ya no estaba. El evento se repitió una tercera vez. Confundida y asustada, decidió llevar la imagen al sacerdote de la localidad, el Padre Alonso de Sandoval.
El sacerdote, tras escuchar el relato, guardó la estatuilla en el sagrario del templo. Pero el milagro estaba lejos de terminar. A la mañana siguiente, la imagen había desaparecido del sagrario y, una vez más, fue encontrada por Juana sobre la misma roca junto al manantial. Este hecho fue interpretado como una señal inequívoca: la Virgen deseaba permanecer en la Puebla de los Pardos y que se le construyera un templo en ese preciso lugar, uniendo simbólicamente a todos los grupos sociales bajo su manto. La pequeña imagen, tallada en una mezcla de rocas volcánicas como la lherzolita, el gabro y la dunita, recibió desde entonces el apodo popular y cariñoso de «La Negrita».
De Ermita a Basílica: Un Templo Forjado por la Fe y los Temblores
La noticia del milagro se extendió y, hacia 1639, se construyó la primera ermita en honor a la Virgen en el lugar del hallazgo. A lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX, esa modesta capilla fue reemplazada por templos cada vez más grandes y ornamentados. Sin embargo, la historia de este santuario estaría marcada no solo por la devoción de su gente, sino también por la furia de la naturaleza.
Costa Rica es tierra de volcanes y temblores, y la Basílica no fue inmune. Varios terremotos dañaron las estructuras a lo largo de los años, pero el golpe devastador llegó en la mañana del 4 de mayo de 1910. El terremoto de Santa Mónica, con una magnitud estimada de 6.4, sacudió Cartago y redujo a escombros la imponente iglesia que se erigía en ese momento.
Lejos de rendirse, el pueblo costarricense decidió construir un nuevo templo, uno que fuera no solo un digno hogar para su Patrona, sino también un monumento capaz de resistir los embates de la tierra. La construcción de la actual basílica comenzó en 1912 bajo la dirección del arquitecto catalán Lluís Llach Llagostera. La elección del estilo arquitectónico bizantino no fue casual; sus gruesos muros, arcos de medio punto y estructura robusta, coronada por una imponente cúpula central, ofrecían la solidez necesaria para un edificio antisísmico.
Tras doce años de arduo trabajo, financiado en gran parte por donaciones populares, el templo fue concluido en 1924. Su importancia fue reconocida mundialmente cuando, en 1935, el Papa Pío XI la elevó al rango de Basílica Menor, consolidando su estatus como el Santuario Nacional de Costa Rica.
Arquitectura y Símbolos: Un Recorrido por el Interior
Visitar la Basílica es una experiencia que cautiva los sentidos y el espíritu. Su imponente fachada de piedra gris da paso a un interior solemne y lleno de luz.
- El Altar Mayor: Aquí, en un ostensorio de oro y piedras preciosas, se custodia y venera la pequeña y original imagen de La Negrita.
- Los Vitrales: Las coloridas ventanas que adornan las paredes no son meramente decorativas. Narran la historia del hallazgo de la imagen, así como pasajes de la vida de Jesús y la Virgen María, llenando el espacio de una luz celestial.
- La Pila de Agua Bendita: Justo debajo del altar principal, descendiendo por unas escaleras, se encuentra el corazón del santuario: la roca y el manantial donde todo comenzó. Los fieles hacen fila pacientemente para tocar la piedra y recoger agua de la fuente, a la que se le atribuyen propiedades curativas.
- La Sala de Promesas (Exvotos): Quizás uno de los lugares más conmovedores es una sala contigua donde las paredes están cubiertas de gratitud. Aquí, los fieles dejan miles de «exvotos»: pequeños dijes de oro y plata con forma de partes del cuerpo, medallas, títulos universitarios, mechones de cabello, cartas y fotografías. Cada objeto cuenta una historia personal de una súplica escuchada, un milagro recibido o una promesa cumplida.
La Romería: El Corazón de una Nación en Camino
La máxima expresión de devoción hacia La Negrita es la Romería. Cada año, en los días previos al 2 de agosto, el país se pone en marcha. Es una peregrinación masiva donde los costarricenses caminan desde los puntos más lejanos del territorio nacional hasta la Basílica.
Este acto de fe es mucho más que una simple caminata. Para muchos, es el cumplimiento de una promesa, un acto de sacrificio para pedir un favor o una forma de dar gracias por las bendiciones recibidas. Es una tradición que une a familias, amigos y extraños en un viaje compartido de esfuerzo y esperanza. La ceremonia del 2 de agosto, con la tradicional «pasada» de la imagen a la Catedral de Cartago, es el culmen de esta celebración nacional.
Más que un Edificio, un Símbolo de Identidad
La Basílica de los Ángeles es mucho más que piedra y cemento. Nació de una leyenda de humildad en un barrio marginado, se forjó con la resiliencia de un pueblo que se negó a ser vencido por los desastres naturales y se mantiene viva gracias a una tradición que une a toda una nación.
Es el hogar de la Patrona de Costa Rica, un faro de esperanza y un recordatorio constante de la fe, la perseverancia y la unidad que definen al pueblo costarricense. Si alguna vez tienes la oportunidad, te invito a visitarla. Ya sea como peregrino en la Romería o como un viajero curioso, caminar por sus pasillos es experimentar su atmósfera única y ser parte de una historia que sigue escribiéndose cada día.