Aquiares: un pueblo salido de una estampita

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Aquiares: un pueblo salido de una estampita

El fin de semana del 19 al 21 de septiembre había planeado una gira por Orosí, el Parque Nacional Tapantí y el Monumento Nacional Guayabo, con el propósito de empezar a crear contenido para mi sitio Costa Rica Species. Para ello, coordiné con el biólogo de Green Circle Experience, Ernest Minema, hospedarme en su casa, salir temprano hacia los puntos de exploración y, además, hacer una caminata nocturna el viernes para “bichear”.

Quise aprovechar la mañana y salí de mi casa, en YouCan, a las 6:40 a. m. rumbo al punto que Ernest me había indicado. Sabía que en la agenda estaba trepar un árbol centenario—uno de los tours de escalada profesional que ofrece Green Circle—. En los dos años que llevo conociendo a Ernest, todas sus recomendaciones han sido certeras, así que, sin pensarlo mucho y sin saber exactamente a dónde iba, seguí la indicación que en Waze aparecía como “Finca Aquiares”.

Llegada a Aquiares

Hacia las 8:20 a. m. llegué a un pueblo que parecía detenido en el tiempo. Entré “por detrás”: aunque existe una carretera principal bien señalizada, Waze me desvió por Pacayas, una ruta más escénica y pintoresca que conecta al pueblo por un camino de lastre. A mi izquierda, los caseríos fueron dando paso a cafetales; de pronto, una ceiba imponente—de entre 60 y 70 metros de altura—se alzaba sobre el cultivo. Su majestuosidad me indicó que ahí probablemente debía encontrarme con Ernest.

A la derecha de la ceiba se erguía una iglesia pequeña y antigua, pero exquisitamente cuidada. Sus paredes amarillas, con marcos y detalles blancos, brillaban con el sol de la mañana. Según Calín, un vecino del lugar, el templo fue traído en 1920: primero en barco desde Italia hasta Limón, luego en tren hasta Turrialba y finalmente en carreta hasta Aquiares. Hoy, con 105 años de historia, la iglesia es una joya arquitectónica preservada con esmero y amor comunitario. Todos los domingos a las 4 p. m. se celebra la misa, manteniendo viva la tradición de una comunidad de 600 casas y poco más de 2.000 habitantes, la mayoría vinculados al café. Aquiares es un eco de la Costa Rica campesina: católica, con su iglesia, su plaza de fútbol y la cantina como centros de la vida social.

Aparqué el vehículo frente a la ceiba, saqué la cámara y caminé unos pasos hacia el centro con la intención de observar la iglesia de frente. A los veinte pasos, la escena completa de Aquiares se desplegó ante mí: su beneficio de café, la cafetería y la iglesia, rodeados por un ambiente campesino, silencioso y laborioso.

Aquiares: finca, caserío y pueblo

Fundada en 1890 como finca cafetalera, Aquiares toma su nombre de uno de los tres ríos que lo atraviesan. Sin embargo, no fue hasta la década de 1990 que se consolidó como pueblo, perteneciente al distrito de Santa Rosa, en el cantón de Turrialba. A veces, no queda claro si las casas están en medio del cafetal o si el cafetal se abre espacio entre las casas.

Turrialba: puente y territorio del café

Turrialba es el cantón número cinco de la provincia de Cartago, creado el 19 de agosto de 1903. Su ubicación lo convierte en un puente natural entre la costa atlántica y el Valle Central. La cabecera del cantón se encuentra a 605 metros de altitud, aunque su promedio es de 1.020 metros. Esta condición, sumada a su cercanía histórica con la antigua capital Cartago, lo hizo ideal para el cultivo del café, que era transportado hacia Limón para su exportación a Europa.

Los seis colores de un paisaje

Si la iglesia brilla en amarillo y blanco, el beneficio y la cafetería contrastan con un rojo ladrillo sobrio y un elegante beige en sus acabados. El beneficio es imponente: tan grande como cualquier cooperativa tradicional, pero en armonía con la estética cafetalera que por más de dos siglos ha tejido la identidad del país. La cafetería, me contó María Fernanda, su encargada, es un nuevo corazón del pueblo: apenas seis meses de existencia (al 20 de septiembre de 2025).

Allí, frente a la cafetería, los colores del pueblo se funden en un retrato único: el amarillo y blanco de la iglesia, el rojo ladrillo y beige del beneficio, el verde vibrante de la vegetación y los cafetales, y el azul profundo del cielo, coronado por las dos ceibas que vigilan desde lo alto.

El pueblo era silencioso, casi suspendido. Sus casas bien pintadas, sus calles ordenadas. A esa hora, las 8:30 a. m., los vecinos ya trabajaban y los niños estaban en clase. Yo esperaba a Ernest—ese curioso turrialbeño-holandés—y debía conectarme a una reunión a las 10:30, así que me refugié en la cafetería, donde las encargadas ajustaban los últimos detalles, ordenaban sillas y limpiaban con calma, como quien prepara un escenario para recibir a los actores de la jornada.

Calín cuida de la iglesia

Tras la reunión con el ICT y algunas fotografías de Ernest y su amigo sobre la ceiba de más de 60 metros, regresé con la cámara en mano a deambular por el pueblo. Noté que el portón de la iglesia estaba abierto y empecé a caminar por los prístinos jardines del templo, fotografiando y grabando. No llevaba ni cinco minutos cuando un hombre mayor —de 66 años— me invitó a pasar y conocer la iglesia.

Se presentó como Calín, “solo Calín”, me dijo, como lo conocen en Aquiares desde niño. Abrió para mí la puerta principal y me preguntó si venía con el equipo de filmación de National Geographic, que por casualidad también estaba en el pueblo para registrar tan bello lugar. Le expliqué que no, que venía por mis propios medios y que apenas ese día estaba descubriendo Aquiares.

Calín se sentó en una de las bancas de la iglesia y comenzó a contarme tanto como pudo sobre el templo y el pueblo. Repitió la travesía de la iglesia: de Italia a Limón en barco, de Limón a Turrialba en tren y de Turrialba a Aquiares en carreta.

Hoy, Calín es el presidente del consejo administrativo. Me relató que desde los 14 años trabaja en el beneficio de café y que desde los 16 colabora con la iglesia. Con sus 105 años de historia, el templo es patrimonio nacional, un título que —según él— es un arma de doble filo: si bien otorga reconocimiento, cualquier renovación o mejora se convierte en un proceso lento y burocrático, lleno de permisos y trámites. No son pocos los propietarios de inmuebles históricos que, ante tal enredo, prefieren abstenerse de restaurar.

—Antes era organizador de fiestas —me dijo con nostalgia—. A la iglesia de Aquiares le hace falta una buena celebración para honrar su centenario, pero yo ya estoy viejo…

Visita el Santísimo a diario; no lo dice, pero sospecho que muchas de sus plegarias son para encontrar ideas y financiamiento que permitan sostener el templo. Me comentó que cuesta mucho conseguir empresas que donen para reparaciones y mantenimiento. Poco a poco, el pueblo empieza a ver en el turismo una forma de apoyar tanto la finca como la iglesia, además de convertirse en una segunda fuente de ingresos para la comunidad.

Al escucharlo, me quedó claro que a Calín le gusta trabajar y estar ocupado. Me contó que había pasado por casi todos los puestos en la fábrica de café, pero que sus últimos diez años antes de pensionarse habían sido los más felices, cuando se le encomendó la crianza y el cuidado de los caballos que después se usarían en los tours.

Mientras conversábamos, le hablé sobre Green Circle Experience y People of Costa Rica, y de inmediato me puso en contacto con Katherine Estrada, encargada de los tours y experiencias en la comunidad.

Katherine, el café y el empuje turístico de Aquiares

Con Katherine me senté a conversar desde la 1:30 hasta casi las 3:00 de la tarde. Le hablé de Paradise Products Costa Rica, Green Circle Experience, People of Costa Rica y Costa Rica Species. Le conté cómo Ernest, cliente frecuente del café local y biólogo de Green Circle, había sido el puente que me llevó hasta Aquiares, y cómo en apenas medio día ya me sentía atrapado por la magia del lugar.

Katherine me habló con claridad sobre el rumbo que el pueblo quiere tomar: apostar por el ecoturismo como una fuente de ingresos complementaria y sostenible. “Aquiares y Turrialba no buscan competir con destinos saturados”, me dijo, “sino ofrecer experiencias más íntimas, auténticas, donde el visitante pueda sentirse parte de la vida del café y la comunidad”.

La oferta de actividades es amplia y diversa:

  • Tour de café: un recorrido completo por los cafetales, el beneficio y la historia de la finca. Se aprende a reconocer las distintas etapas del cultivo y del proceso, desde la siembra hasta la taza servida.
  • Caminatas guiadas: senderos entre cafetales, bosques secundarios y riberas de los ríos que atraviesan la finca. Algunas incluyen explicaciones botánicas y de fauna local.
  • Observación de aves: Aquiares es un paraíso para los pajareros, con especies endémicas y migratorias que encuentran refugio entre los cafetales y los parches de bosque.
  • Cabalgatas: recorridos a caballo que culminan en la catarata del río Aquiares, un salto de agua escondido entre la vegetación.
  • Experiencias culturales: talleres de cocina tradicional, catas de café y encuentros con familias locales que comparten historias de generaciones vinculadas al grano de oro.

Hacienda Esperanza: hospedaje con historia

En el corazón del pueblo se levanta Hacienda Esperanza, una casa antigua de más de 100 años convertida en lodge. Conserva la arquitectura señorial de la época cafetalera, con amplios corredores de madera, techos altos y detalles que evocan la vida de hacienda de principios del siglo XX.

Hacienda Esperanza ofrece alojamiento flexible: puede recibirse a grupos completos de hasta 14 personas que alquilen la propiedad entera, o bien hospedarse en habitaciones individuales. Más que un simple lugar para dormir, es un espacio donde la tradición cafetalera y la hospitalidad campesina se entrelazan. Cada rincón está cuidado con el mismo esmero con que la comunidad mantiene la iglesia, el beneficio y las calles del pueblo.

Katherine insistió en que la visión de Aquiares es que el visitante no solo vea el café, sino que lo viva: que trepe sus montañas, que camine sus senderos, que escuche el canto de las aves al amanecer, que comparta con su gente y que, al final del día, pueda descansar en un lugar como Hacienda Esperanza, donde el tiempo parece detenerse.

Aquiares no es solo un destino, es un retrato vivo de la Costa Rica campesina que aún respira entre cafetales, montañas y tradiciones. Caminar por sus calles es descubrir la armonía entre lo humano y lo natural: la iglesia que custodia más de un siglo de historia, el beneficio que late con el pulso del café, las ceibas que vigilan desde las alturas y las voces de su gente que entrelazan memoria, trabajo y esperanza.

Lo que en principio parecía una parada más en una ruta de viaje, terminó revelándose como un encuentro profundo con la identidad de un pueblo que se reinventa sin perder su esencia. Aquiares apuesta por el turismo no como espectáculo, sino como experiencia íntima, tejida con hospitalidad y orgullo.

Al final del día comprendí que Aquiares es más que finca, caserío o pueblo: es un lugar donde la vida cotidiana se convierte en estampa, donde cada color y cada historia hablan de un país que ha sabido conservar lo suyo y compartirlo con quienes llegan a descubrirlo.

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