Cuando el doctor Mauricio Hoyos, biólogo marino mexicano reconocido por su trabajo con tiburones, se embarcó hacia la Isla del Coco, sabía que su oficio implicaba riesgos. Sin embargo, nada lo preparó para el momento en que un tiburón de casi cuatro metros lo atacó y atrapó su cabeza entre sus mandíbulas.
El incidente ocurrió a finales de septiembre de 2025, durante una expedición científica dedicada a marcar y estudiar tiburones en las aguas protegidas del Parque Nacional Isla del Coco, a unos 550 kilómetros del continente. Mientras colocaba un dispositivo de rastreo a un tiburón de Galápagos, el animal giró inesperadamente y lo mordió con una fuerza que los rescatistas describen como “enorme”.
“Mi cabeza entera estaba dentro de su boca”, relató Hoyos días después desde el Hospital México, en San José, donde fue trasladado tras una operación de rescate que duró más de 36 horas por mar y tierra. El tiburón, según contó, lo soltó segundos después, posiblemente al reconocer que no era una presa.
El ataque dejó graves heridas en la cabeza, el rostro y los brazos del investigador, pero su vida fue salvada gracias a la rápida intervención de su equipo y a la coordinación entre los guardaparques, la Fundación For the Oceans y los médicos que participaron en su evacuación.
El caso de Hoyos ilustra los riesgos que asumen los científicos que trabajan en la primera línea de la conservación marina. Durante más de dos décadas, él ha dedicado su carrera a estudiar el comportamiento de los tiburones y a desmontar mitos sobre su agresividad. “No fue un ataque de caza”, explicó. “Fue una reacción, un accidente dentro de un entorno salvaje donde ellos reinan”.
El proyecto del que formaba parte busca comprender los patrones de migración de los tiburones que habitan entre la Isla del Coco y otras reservas del Pacífico oriental, un corredor biológico vital para especies amenazadas. Estos estudios permiten identificar áreas de reproducción, rutas migratorias y zonas de pesca ilegal, información crucial para fortalecer la protección marina.
La experiencia también ha reavivado el debate sobre los protocolos de seguridad en investigaciones marinas. Los científicos piden más recursos para desarrollar herramientas de marcaje remoto y mejorar la capacitación de campo. Aunque los encuentros peligrosos son extremadamente raros, el incidente demuestra que incluso con experiencia y prudencia, el mar sigue siendo impredecible.
Hoyos continúa su recuperación con optimismo y agradecimiento. En sus declaraciones a medios internacionales insistió en que no culpa al tiburón, sino que ve lo ocurrido como un recordatorio del poder de la naturaleza. “El océano es hermoso y salvaje”, dijo. “Y debemos respetarlo siempre”.
La comunidad científica internacional ha expresado su admiración por su valentía y compromiso. Lejos de alejarse del mar, Hoyos asegura que volverá a bucear. “Mi trabajo es protegerlos”, concluye. “No puedo hacer eso desde la orilla”.